sábado, 25 de octubre de 2008

Al traspasar la puerta de la gerencia, Suárez comprendió de repente que su vida ya no sería todo aquello que sus padres fatigosamente habían planificado. Treinta y cinco años, casado, Contador Público Nacional y empleado desde los veinticuatro en la financiera Swedelwitz. Todo eso se había propuesto Suárez y todo eso había logrado. Y sin embargo ahí estaba su renuncia, absurda, inesperada, descansando sobre la pila de papeles del difuso escritorio en cuyo fondo asomaba la cabeza calva y sudada de Don Isaac Swedelwitz, quien ahora contemplaba con asombro la figura de Suárez que se perdía por uno de los corredores del tercer piso. Suárez intuía entonces el reproche del viejo. Lo había aceptado en la financiera poco tiempo después de haber completado sus estudios y eso era algo que en su imaginario mundo de gratitudes debía pagarse a largo plazo. Don Isaac era uno de esos hombres cuyo carácter había sido marcado por una infancia dura y sacrificada y su sentido de la lealtad era tan severo como el de un integrante de una caballería morisca. ¿Pero acaso Horacio Suárez debía sacrificarse? ¿Sacrificarse por qué? ¿Para qué? Treinta y cinco años era acaso poco tiempo para una vida, pero mucho como para comprender la frustración ya inexorable de proyectos pasados. En sus noches de insomnio, excitado por la lectura, había logrado entrever la estrechez de su vida, el edificio de naipes sobre el cual había asentado orgullosamente su felicidad y la forma estúpida y cobarde en que siempre había procurado complacer a su familia. Horacio el Contador. Horacio el empleado eficiente de la financiera Swedelwitz. Horacio el hijo y marido intachable. Pero todo eso no eran más que rótulos, simples máscaras sucesivas en el insignificante teatro de su existencia.

14 comentarios:

Julián dijo...

Qué bronca me da encontrarme con estos esbozos de cuentos y darme cuenta que quedaron definitivamente en eso: un esbozo.

Julián dijo...

Lo peor de todo es que hoy, por más que quisiera, ya no podría seguirlo.

n., dijo...

Jay, me encantó, intentá seguirlo.

Por qué no podés hoy?

Kco dijo...

yo no sé qué se esconderá atrás de esa flojera.

a mí me pasa exactamente lo mismo. son más los cuentos empezados que los terminados.

Loon dijo...

Para mi lo importante es escribir, a veces esos textos inconclusos aparecen luego bajo otra forma, o sirven como borrador.
En última instancia, son un ejercicio valioso.

n., dijo...

"a mí me pasa exactamente lo mismo."

A vos habría que matarte por no terminar esos cuentos. Desgraciado -.-

n., dijo...

"Para mi lo importante es escribir, a veces esos textos inconclusos aparecen luego bajo otra forma, o sirven como borrador.
En última instancia, son un ejercicio valioso."

Totalmente de acuerdo.

Sk dijo...

Julián, me ha encantado. Ojalá retomases esta afición.

Pandora dijo...

A mi también me gustó mucho.

Julián dijo...

"Jay, me encantó, intentá seguirlo.

Por qué no podés hoy?"

Thanx.
Bueno, quizás sí podría seguirlo. Me refería a que tal vez mi tono ya no sería el mismo.

Julián dijo...

"Para mi lo importante es escribir, a veces esos textos inconclusos aparecen luego bajo otra forma, o sirven como borrador.
En última instancia, son un ejercicio valioso."

Tal cual, Loon. Son un ejercicio valioso, más allá de cualquier otra consideración.

Julián dijo...

"Julián, me ha encantado. Ojalá retomases esta afición."

Gracias, Sk.
No lo descarto. Me gusta, aunque nunca he logrado constancia.

Julián dijo...

"A mi también me gustó mucho."

Me alegro, Pandora.

n., dijo...

"Bueno, quizás sí podría seguirlo. Me refería a que tal vez mi tono ya no sería el mismo."

Seguilo si tenés ganas. No hay que forzar las cosas.


Los cuentos/novelas son como los amantes. Hay que dejarlos fluir.