viernes, 6 de febrero de 2009

[3776 msn, episodio II]



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Almendras, pasas de uva, torta galesa, arroz, pasta, galletitas, chocolates, gomitas de eucalipto, duraznos deshidratados. Hecho mierda sí, pero muerto de hambre no subo 3776 metros sobre el nivel del mar. Hace algunos meses J. Saramago testimonió que describir paisajes es imposible e inútil. Me arrogo subir volcanes pero no facultades literarias por lo cual me voy a limitar a escribir algunas impresiones, cifras y nombres más inútiles que un paisaje mal descrito. Para los curiosos está el testimonio fotográfico.
Partimos de Junín de los Andes y tras 63 km. llegamos a Guardería Tromen en el Parque Nacional Lanín. En cuanto llegamos verificamos nuestro equipamiento con el guardaparque para que nos autorizara el ascenso. El equipo de montaña gastado de Diego fue suficiente para que el guardaparque se impresionara favorablemente sobre nuestra experiencia y nos diese el OK. Acampamos detrás en un camping mapuche. Al ver el auto en que llegamos, la tarifa ascendió al doble que la registrada en el cuaderno donde anotaron nuestros nombres. Son indios pero no boludos. Desde el 2000 la administración de parques nacionales y el pueblo mapuche tienen un acuerdo de co-manejo de estas áreas. Los pocos pueblos originarios que dejó el hombre que orna (no honra) nuestros billetes de 100 pesos que eran cazadores, pescadores y recolectores devinieron en mucamas de turistas: administradores de campings, vende leña, agua caliente, cabalgatas.

Lo desperté a Diego a las 6 am., quería comenzar al alba para tener tiempo suficiente de llegar al refugio aún con piernas. El primer día debíamos ascender 1500 metros hasta el refugio “Caja” que no es un prisma sino más bien un triangulo amarillo extrusado; solo se parece a una caja de Toblerone. Atravesamos durante poco más de media hora un bosque de lengas hasta el cauce del arroyo turbio que a esa hora de la mañana tenía menos caudal que ducha de camping. Cruzando el arroyo comenzó la joda, subimos por una ladera llamada espina de pescado sobre el vértice de una morena. Una hora más tarde tomábamos “el sendero de mulas” (supongo que mulas voladoras) que nos condujo hasta el primer refugio RIM, refugio militar (la i no se de qué carajo es). Hasta acá llevábamos poco menos de 5 horas y nos dispusimos a recorrer los 150 metros que nos separaban del refugio toblerone donde íbamos a dormir. Solo un detalle, eran 150 metros verticales de piedra volcánica suelta. Llegamos al mediodía, ¡los primeros!. Diego me puso cara de “viste, me hiciste levantar temprano al pedo”, pero no me dijo nada. Antes de salir le pedí que intentase acomodarse a mi ritmo de montañista de oficina, que se mantuviese cerca, subió con el freno de mano puesto hasta la cima (sí llegamos a la cima). Tengo un buen guía de montaña, paciente con los boludos de Palermo que lo único que suben es la terraza de algunos de los bares de la plaza Armenia para tomar unos drinks. En el refugio había 3 que estaban bajando, dos seres humanos y un minón. Diego se enamoró, yo me calenté un poco. Pasamos la atención del coño al cono del Volcán cuando bajó con su novio/guía de montaña/ex.guardaparque/Charles Atlas que la acompañaba. Después del almuerzo fueron llegando nuestros compañeros de refugio. En orden de aparición: un guía estilo maduro Sir Thomas Sean Connery con su cliente chilena (una señora pasada su edad de merecer), un viejo yanqui de Montana que camina 2000 km. al año y sube más rápido que el corre-caminos, un cordobés con una gorda francesa con la cual se comunicaba en italiano y dos pibes que no merecen mayor mención. Habiendo intercambiado las anécdotas de rigor y distribuido el escaso espacio para pernoctar nos fuimos a dormir coordinadamente a las 20 horas, el sol brillaba aún. El guía con su cliente iba a encarar la cumbre a las 3 am.

A las 2 am el refugio comenzó a despertarse, todos a desayunar y prepararse para el hielo. Salimos a las 4:30 am. Me había dejado la linterna en el auto ¡qué boludo! Iba detrás de Diego para variar pateando piedras, una hora más tarde llegamos al hielo, nos pusimos los grampones y nos mandamos. ¡Muy bueno! Para mi que voy pisando soretes por Palermo prestar la debida atención al caminar con clavos en los pies fue un desafío. Los grampones, la piqueta, los bastones hacen un ruido muy particular al friccionar el metal contra el hielo. Cuando el día anterior le había preguntado a Diego que le íbamos a decir al guardaparque cuando nos preguntase sobre nuestra experiencia en el hielo me dijo “dos cubitos está bien para una medida de scotch, tres es demasiado”. La noche fue dando paso al día y seguimos picando hielo. Cada par de pasos me daba vuelta para ver el alba que inundaba el paisaje como juancito caminador seguí adelante. Cuando llegamos al plateau nos sacamos los grampones la cumbre parecía muy cerca. Me dí cuenta que llegaba aunque tuviese que bajar rodando. A partir del plateau tuvimos que subir por una canaleta de insoportable inclinación y piedra suelta. Cada paso viene con la incertidumbre de un firme apoyo. El GPS dice que estamos a 3500 metros de altura, solo faltan 250 metros verticales y de terreno firme como bosta de caballo. Finalmente al mediodía y poco hicimos cumbre. Llamamos por radio al guardaparque y recibimos las felicitaciones de rigor. Pasamos arriba 20 minutos. Una vez obtenidas las pruebas testimoniales, almorzamos y habiéndonos asegurado de mear del lado chileno comenzamos el descenso: 2676 metros de piedra volcánica y hielo para abajo. En la canaleta las piernas se hunden hasta la rodilla, piedra que pisás piedra que cae. Intentando pisar firme puse el pie en una piedra enorme, la hija de puta salió rodando, espero que no haya nadie abajo porque lo mata pensé. Las piedras no solo caen por los boludos que las pisan, también caen espontáneamente a medida que el sol calienta la canaleta. Bajé hasta el hielo con un poco de cagaso. A plena luz del día me dí cuenta lo enpinado que era el hielo, menos mal que lo hicimos de noche. Continuamos pateando piedras hasta abajo, la espina de pescado terminó de matarme, mis rodillas quedaron como bisagras oxidadas cagadas a palos. Llegamos a la base 19.30 horas, 15 horas de trecking. Ante la perspectiva de comer arroz en el camping regresamos a Junín de los Andes como pudimos y ducha mediante pedimos el plato más calórico del restaurante de frente a la plaza.

Por la mañana me sentía como si un elefante asiático me hubiese atropellado, pero nada podía borrar mi sutil sonrisa de satisfacción.

4 comentarios:

n., dijo...

Muy bueno, Ale ;)

Sk dijo...

Un hermano de mi padre es senderista. Nada que ver con la escalada, pero bueno, son como primos hermanos.

Dentro de los ocho mil miedos que padezco, uno es la altura y otro la torpeza. Me niego a caminar por nada que no esté medianamente asfaltado.

Bueno, la cosa es que cuando leo relatos así o veo fotos de cumbres, me muero de la envidia.

La naturaleza es terriblemente subyugante. Nos hace, o me hace, terriblemente pequeña e insignificante. Mientras te leía no paraba de pensar en mi misma, en el momento que alcanzará la cumbre y la mistica belleza que mis ojos encontrarían al mirar al horizonte.

Iconoclastia dijo...

Me ha encantado tu relato. La descripción fue bastante buena y qué envidia. Yo en octubre pasado hice una pequeña caminata por los Cárpatos y a pesar de mi escasa condición física la experiencia fue renovadora. Así que me imagino que fue lo mismo para tí.

"y habiéndonos asegurado de mear del lado chileno"

Esa frase quedará para la posteridad :DDDD

Julián dijo...

Muy buenos relatos y fotos, Ale.