miércoles, 4 de febrero de 2009

[3776 msn, episodio I]

Jueves 14 horas; después de almorzar con mi viejo en el restaurante debajo de la oficina decreto mis segundas vacaciones del verano inscritas en mi plan de evasión. Regreso a casa y cambio mi disfraz de oficina por mi disfraz de asueto. Busco a mi hermano en la librería y nos vamos de compras. Este viaje requiere equipamiento. Botas de trekking con suelas “Vibram” y cubierta de “Gore-Tex”, medias térmicas, campera de “Ultrex” con trampa de nieve, polainas con refuerzo de “Cordura”, cubrepantalón impermeable con abertura lateral, bastones de aluminio de 3 cuerpos, la lista es interminable. Gastamos una pequeña fortuna en objetos de uso menos que ocasional; juguetes caros para los niños ricos que tienen tristeza. Estoy afecto a las listas; dejo pendiente la lista de pelotudeces que compré y usé no más de 2 veces ¡pero qué dos veces!. Nos probamos ropa técnica diseñada para -30 grados Celsius en la Buenos Aires de 36 de febrero. Me da un poco de vergüenza tanto despliegue, más vale que gaste un poco las cosas antes de llegar a la base del volcán. Casi me olvido de comentar que el tema de este viaje es el ascenso al volcán Lanin; 3776 metros de piedra y hielo en la provincia de Neuquén. No solo se trata de adquirir los pertrechos sino también de hacer caso omiso a: “cuidate” (mi vieja), “¿estás en pedo?”, “¡ojo que no es joda!”, “¿cómo van a ir sin guía?”, “el otro día se mataron cinco tipos en el ascenso”, “”cuando subí el Lanín me había entrenado durante un año, arriba quedé inconsciente cuarenta y cinco minutos sobre el hielo”. ¿Para qué hacer algo así? No tengo ni la más prostituta idea y no pretendo responderlo a más de tres mil metros de altura. Los por qué se los dejo al filósofo de mi hermano; me quedo con los qué, cómo y dónde al menos en mi futuro próximo.

El viernes mil doscientos kilómetros nos separan de Neuquén. A partir de los doscientos kilómetros de Buenos Aires no puedo dejar de sorprenderme con la extensión de espacio que nos rodea, vastísimas superficies inhabitadas. ¡Qué difícil que es llenar espacios!. La computadora de a bordo del auto nos llena de informaciones inútiles: tiempo, consumo, temperatura, distancias, todas unidades de medida que no ayudan a explicar en nada lo que siento. Se suceden Queen, The Police, AC-DC, Tracy Chapman, Pink Floyd, Los Chasquis (silvando 2 o 3 temas), Schubert, Charli García, ya no sabemos que carajo poner. En Neuquén nos recibe Gustavo un amigo de mi hermano Diego; nos organizó un asado. Gustavo es sensei de Aikido como mi hermano (a killing machine), estaba ansioso de escuchar las historias del viaje de Diego por Japón e invitó a varios de sus alumnos al asado. Encima de su casa está construyendo un dojo, parece que la cosa del Aikido va en serio. Siento una sutil envidia por los amigos que te organizan asados y los tipos apasionados por sus actividades. Lo mío con la montaña no es una pasión, se trata solo de una relación ocasiónal; no me cuesta proyectar esta sensación en otros ambitos. En Neuquén el calor es agobiente, continuamos con unidades de medida aunque esta vez la referencia es más vaga, ¿qué carajo querrán decir? Gustavo se va a dar una clase y nos quedamos en la casa, pronto están por llegar los invitados, todos aikidocas ávidos de escuchar las tribulaciones de un tercer dan en la tierra del sol naciente. En el ínterin vamos a comprar unas cervezas, un cajón para ser precisos, tuvimos que comprar más promediando el asado.

El sábado tomamos unos mates y partimos hacia Junín de los Andes, esta vez prácticamente sin música. Allí nos informamos en la oficina de Parques Nacionales sobre la excursión y averiguamos donde alquilar el resto del equipo. Después de 56 kilómetros de ripio acampamos al lado del lago Huechulaufquen o como carajo se escriba. El contacto directo con la naturaleza es perturbador. En la noche oscura el fuego tranquiliza, evidentemente seguimos condicionados por las mismas cosas que en la época de las cavernas. La carpa, que es una tela de mierda, se siente como un refugio inexpugnable. Las tareas cotidianas “au naturel” adquieren dimensiones insospechadas. Me estoy aguantando mencionar las referencias escatológicas sobre el tema, ocuparían volúmenes enteros.

Al día siguiente nos alistamos para subir el cerro “El Chivo”, no se puede subir un volcán sin haber calentado las patas antes. La senda de alrededor de 40 grados de pendiente nos lleva después de una hora hasta un cartel que reza “Fin del sendero. Prohibido pasar”. Al ver el cartel bien imaginé que Diego iba a proponer seguir “unos metros más a ver que onda”. Dos horas y media más tarde terminamos haciendo un brunch en la cima del cerro, detrás nuestro se veía el Lanín, imponente, vigilando. Los bastones recién estrenados desmintieron su aparente inutilidad. Completamos la tarde pescando truchas infructuosamente.

En la mañana describí nuevos músculos en mi tren inferior y cuán citadino es mi auto al intentar sacarlo de su estacionamiento junto al lago. Fuimos a Puerto Canoas para hacer un pequeño trekking que resultó de siete horas siguiendo un río hasta la base norte del volcán Lanin. La idea era regesar a Junín de los Andes, alquilar el equipo restante y acampar en la base sur del Lanín para encararlo al día siguiente. Ya habíamos salido contra reloj y sin piernas; decidimos descansar. Hicimos compras y acampamos en un camping “organizado”. Podría escribir cientos de páginas sobre la gente que vacaciona en camping con carpas enormes y un millón de bártulos e hijos, conforman un paisaje humano fascinante. Entretanto tuve la brillante idea de encender el celular, tenía un mensaje de mi ex-mujer. Ella tiene nombre pero “mi ex-mujer” es un personaje que evidentemente se va institucionalizando en mi vida. Me angustié hasta la médula. La separación definitiva de bienes dejó de ser un fantasma para convertirse en una inminente pesadilla. Sin mucho éxito intenté distraerme con una trucha a la manteca negra y una vino de bodega local.

Desayunamos, desarmamos la carpa, fuimos a hacer las últimas compras y almorzamos junto al río. El local que alquila los grampones y la radio VHF abre a las 17, malditas siestas pueblerinas. Ya agotamos con Diego todos nuestros posibles temas de conversación. Estamos en la plaza del pueblo. Compro un cuaderno “Gloria” de 24 hojas rayadas y comienzo a escribir.

9 comentarios:

n., dijo...

Muy buen relato, Ale. Espero el resto de los episodios ;)

n., dijo...

"El local que alquila los grampones y la radio VHF abre a las 17, malditas siestas pueblerinas. Ya agotamos con Diego todos nuestros posibles temas de conversación. Estamos en la plaza del pueblo. Compro un cuaderno “Gloria” de 24 hojas rayadas y comienzo a escribir."

Este párrafo mola.

Ale dijo...

n., tengo un episodio más y algunas fotos.

Kco dijo...

buenísimo. por momentos me evocó las sensaciones nostálgicas de copland.

Ale dijo...

Paisano como quien suscribe...

Kco dijo...

coupland*

Ale dijo...

Pasamos de un músico a un dramaturgo.. solo en una vocal.

Loon dijo...

Yo prefiero llamar a mi ex por su nombre, de esa manera esquivo decir "mi..." y sigue afuera de mi mundo.
Pelotudeces.

n., dijo...

"n., tengo un episodio más y algunas fotos."

Es suficiente =)