sábado, 7 de enero de 2012

Anoche mi abuelo tuvo que llamar a la guardia médica porque no se sentía nada bien.
Resultado: una infección urinaria, básicamente.
Hoy, mi madre lo acompañó al laboratorio a hacerse estudios varios y, tras la revisión de esos estudios por un clínico, le recetaron el enésimo medicamento para, claro, la infección urinaria.
Me pregunto cuántos remedios (léase: veneno, químicos) le mete este hombre a su cuerpo todos los días.
No hace mucho vi su lista de remedios y creo que el largo era más o menos equivalente al de los rollos del Mar Muerto.
Los médicos occidentales no saben hacer otra cosa. Hay un síntoma de un problema, y atacan el síntoma. Meten químicos por todos lados para suplantar las funciones que el cuerpo debería realizar por sí mismo sin problemas.
Ahora bien, hay una cuestión casi filosófica ahí metida: la idea de que, llegado cierto punto, es normal, casi una fatalidad, que el cuerpo deje de realizar bien sus funciones.
El problema es que esas fallas empiezan a los cuarenta años (si no antes), y por otra parte no se arranca por lo esencial, que es preguntarse qué combustible usa esa maquinaria llamada cuerpo para funcionar.
Si uno tuviera un auto y al tanque de nafta le echa pintura, sabría perfectamente que ese auto jamás podría funcionar bien. Pero cuando se trata de su cuerpo, el ser humano pierde todo criterio. Le echa pintura y después no relaciona la pintura con el mal funcionamiento. En parte tal vez por la tremenda ignorancia que existe respecto de cómo funciona ese cuerpo, cómo funcionan sus órganos y qué alimentos son necesarios para evitar la enfermedad (y ya que estamos, cuál es la dinámica de desarrollo de la enfermedad).
Yo me pregunto: alguien que mantiene permanentemente envenenado su cuerpo tomando 700 remedios por día, y encima come pésimo (nada de cereales integrales, carne tratada con antibióticos y hormonas, azúcar, harinas blancas, etc.), ¿puede pretender que su cuerpo funcione bien?
El problema es que los médicos hacen lo mismo y entonces no están en condiciones de ayudar a nadie, salvo a los laboratorios y a toda la cadena que vive de los enfermos crónicos (uf, ¿dije crónicos?; una de las palabras fetiche de estos personajes).
Bueno, en fin, digámoslo claramente: occidente es una fábrica de enfermos.
 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y encima tenés que fumarte la pedantería y su cerrada e ignorante convicción de que lo que ellos proponen es lo único correcto. promiscuos patéticos. no son mas que cómplices de esta decadencia.




a.

Julián dijo...

Hoy hubo que internarlo.
La verdad, me preocupa.
Nunca lo he visto así de colapsado.