Cerca de las 20 camino por Florida rumbo a mi oficina. A esa hora, un sábado -en especial en una noche helada como la de hoy- la peatonal porteña está casi muerta, agonizando, a pocas horas del tiro de gracia.
El guardia se acerca a la puerta de vidrio cuando advierte que me quedo parado en la vereda. Sin abrir la puerta me pregunta:
Miguel?
Confirmo con la cabeza, y entonces lleva su mano a la cerradura y gira la llave.
El guardia no me conoce; tampoco es clarividente. Ocurre que debe solicitarse autorización para ingresar a la oficina en días no laborables, enviando un correo al departamento de seguridad con 24 horas de anticipación. Anoto con letra prolija mi nombre y la hora de ingreso en un libro de actas. Veo que la última persona salió de edificio a las 15.34.
Estoy solo.
Tomo al ascensor hasta el noveno piso, se abren las puertas, y me sorprende ver las luces encendidas, el piso totalmente iluminado, los escritorios vacios, el silencio total en los pasillos.
Las tareas estaban programadas para las 21, pero algo ha salido mal, y todavía no he comenzado mi labor. Es la medianoche. Me esperan entre dos y tres horas más aquí, en este edificio vacío.
Cada tanto leo algunas hojas de "El ruido de las cosas al caer" y me distraigo un poco.
Afuera hay una noche cerrada y fría.
Salgo a la terraza sólo para sentir el frío como agujas en el cuerpo, y para ver la oficina, mi escritorio, desde afuera. Me pregunto si alguien me verá, en este momento, desde la vereda de enfrente; posiblemente no.
Por momentos la situación tiene algo de irreal. ¿Qué estoy haciendo acá adentro un sábado a la noche? Y no es que la esté pasando mal precisamente, he puesto música, estoy tomando un buen café, leo, googleo, leo algunos tweets, escribo a los blogs, todo mientras espero que alguien de en la tecla y entonces el coordinador de el Go (gou), para que otros como yo, mis espejos en otras regiones, que también han ido un sábado a la oficina, comiencen a trabajar. La extrañeza viene de estar de noche en este lugar tan diurno, tan de mi mundo lunesaviernes, mundo de zapatos y camisa, mundo tan poco yo, me digo, aunque no sea tan así.
Mientras releo estas líneas, pienso que si estuviera en mi casa, ya hubiera echado mano a alguna botella, y estaría camino a una buena borrachera y a vomitar unas cuantas mentiras y recuerdos sobre el teclado.
Pero no estoy en casa, ni tengo a mano una botella -afortunadamente- y al otro lado de la línea, mis espejos esperan a que alguien dé en la tecla de una buena vez.
1 comentario:
Es muy loco estar en el lugar de trabajo totalmente fuera de horario. Como cuando pasas por la puerta de un boliche un dia de semana con mucho sol.
La ultima vez q lo hice (no habia espejos mios esperando ningun Go) por suerte tenia una pipita con sustancia en un cajoncito.
Me mató eso de vomitar mentiras sobre el teclado. Jejeje. Son todo un genero literario.
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