jueves, 1 de diciembre de 2011

Balance provisorio

Como alguno bien recordará, a fines del año pasado tuve una terrible contractura en el cuello que me dejó prácticamente inutilizado durante varios días.
A eso le siguió una serie de sesiones (12) de kinesiología que terminaron, si no recuerdo mal, a principios de febrero.
En total, para que se fueran las molestias de forma completa, pasaron dos meses (los dolores insufribles duraron una semana).
Yo era, hasta ese momento, una de esas personas que sufren contracturas de manera periódica (siempre en la zona del cuello; digamos una cada mes y medio, algo así, de esas que se van en dos días y no llegan a ser intensas -las típicas de "debo haber dormido en una mala posición"-).
Bueno, en resumen, a un año de esa gran contractura, me complace decir que no he tenido ni una sola más, ni intensa ni leve. Nada.
¿Suerte? ¿Habré dejado de dormir en malas posiciones? ¿Usé menos la computadora? ¿Mejoré la postura? ¿Me volví un atleta consumado?
Nada de eso. Paso a detallar lo que (en esencia) hice:

1. Eliminé por completo el consumo de azúcar refinada (blanca).
2. Eliminé por completo el consumo de harinas blancas.
3. Eliminé por completo el uso de sal común.
4. Eliminé por completo el consumo de gaseosas, bebidas industriales, alfajores, chocolates, tortas, golosinas de todo tipo, facturas, mayonesa, fiambres, carnes en general (salvo pescado), lácteos, etc. Dicho de otra manera, eliminé casi por completo los alimentos industriales (cargados de azúcar, colorantes, conservantes, saborizantes y químicos de todo tipo), las comidas procesadas y las comidas de alto contenido graso.

En cambio, incorporé (no es un listado exhaustivo, sino un resumen como para que se entienda para qué lado giré): arroz integral yamaní, fideos soba (trigo sarraceno), pescados, seitán, tofu, vegetales de todo tipo, cereales integrales, semillas (lino, sésamo, etc.), frutos secos, frutas desecadas (higos, dátiles), salsa de soja, algas, azúcar integral (uso muy poco), dulces hechos con harina integral y miel orgánica y/o azúcar integral (otra vez, poco), legumbres, etc.

Lo que puedo decir a un año de haber arrancado con este cambio es lo siguiente:

1. El 99% de las personas comemos muy mal. Hemos sido acostumbrados a comer comida industrial llena de químicos y producida por empresas a las que les conviene convertirnos en adictos a esa comida (eso explica, por ejemplo, que hasta el pan lactal común tenga azúcar). Bueno, a esas empresas y a toda la industria farmacéutica, claro. Los dueños de Mc Donald's se deben llevar muy bien con los de Pfizer, ¿no?
2. Esa comida industrial y procesada califica como droga, ya que en general tiene alto contenido en azúcar, sal o grasas y es psicoactiva (¿les suena Mc Donald's?, te lo da todo juntito).
3. Una vida comiendo eso genera, al dejarlo, síndrome de abstinencia. Para mí no fue terrible, pero entiendo que para muchos puede serlo.
4. Pasada la primera etapa (en mi caso, diría los primeros 4 meses) uno empieza a descubrir los sabores de la naturaleza y a sentir cierto asco por cosas que antes consideraba irremplazables (ejemplo para mí: me da asco el arroz con queso rallado).
5. Esa comida llena de químicos y poco equilibrada enferma el cuerpo y es la causante de casi todas las enfermedades, empezando por el cáncer (la calidad de las células es la calidad del alimento que usan para reproducirse, es decir, lo que nosotros comemos) y siguiendo por las enfermedades coronarias.

Finalmente, los desarreglos existen. La idea es que sean la excepción y no la regla y que uno tenga claro que se está drogando (dejen de comer dulces "normales" y al medio año clávense dos porciones de rogel y van a entender lo que digo).
La comida sana no genera adicción y es baja en contenido graso, por eso se puede comer sin restricciones y bajar de peso.
La mejor dieta es la que está basada en alimentos integrales y orgánicos y además es baja en grasas. Es de sentido común. Un ejemplo: el arroz blanco ha sido despojado de su cáscara que es en donde se encuentra toda la fibra, esencial para una alimentación saludable. La naturaleza lo creó así pero algún día a algún genio se le ocurrió que la cáscara no servía y había que sacarla.
Bueno, lo dejo acá. Esta es mi experiencia. Quizás a alguien le pueda servir.

8 comentarios:

Julián dijo...

A fines del año pasado Joaquín me regaló un libro muy interesante, "Sugar Blues" de William Dufty.
Entre las muchas cosas que leí y me quedaron marcadas recuerdo ésta: en la antiguedad, cuando una persona se enfermaba, lo primero que los médicos (que no eran "médicos", no tenían diploma) le preguntaban era qué había estado comiendo.
Arrancaban por ahí. Le daban una dieta de depuración y veían si con eso se iba el problema (es decir que relacionaban inmediatamente la enfermedad con el alimento).
Tal vez lo recordé porque en mi derrotero del año pasado por consultorios de médicos y kinesiólogos nunca nadie me preguntó qué comía.
Ninguno de ellos trató de relacionar el alimento con la enfermedad. Se enfocaron, en cambio, en el síntoma.
Tal vez ellos sepan muchas cosas, pero han olvidado lo esencial.

Julián dijo...

La verdad es que para mí ha perdido sentido hacer pelota la maquinaria comiendo mal, sobre todo cuando he encontrado una forma de comer que me parece rica y saludable.
Sí en cambio me paga el maltrato al cuerpo para adobarme una o dos veces por semana, cosa que para mí es esencial, haciendo base con buenas cervezas y vino (más algunas otras bebidas y tragos, ocasionalmente).

Kco dijo...

pará de borrar y corregir los comentarios, che!!!!!!!!!!!!!!1

Julián dijo...

Soy un esteta incurable!

Julián dijo...

Y vos, gurú, comentá algo, querés!

Anónimo dijo...

¿Que son facturas?

A mi lo de la adicción a la comida es algo que me mata. Nos venden preparados y combinaciones de alimentos que te intoxican y encima te hacen adicto. Increible.

Yo creo que el tema merecería una campàña tan heavy como fue la anti tabaco en su momento. Pero me da que eso no va a pasar nunca.

Sk

Kco dijo...

las revoluciones empiezan por dentro, sk. lo externo me atrevo a decir que generan reacción adversa.

Julián dijo...

El caso del tabaco es diferente porque un fumador afecta a terceros con el humo que despide, contamina el ambiente, obliga a quienes lo rodean a inhalar algo tóxico, etc.
En el caso de quien come basura, sólo se afecta a sí mismo, por lo que creo que en ese caso el deber del Estado es garantizar la información.
Sería una función doble: informar a través del Ministerio de Salud, y a la vez fiscalizar que los productores de alimentos informen correctamente sobre sus productos, cosa que muchas veces no hacen, ya sea ocultando información o bien manipulándola (como cuando ponen "hidratos de carbono" haciendo referencia al azúcar).
Pero veo muy difícil que cambien las cosas. Está muy instalada la idea de que comer mal es divertido y comer bien es aburrido.
La gente cree que comer bien es comer ensaladas, lo cual es un disparate absoluto.