.

A los 12 años me sometí a un test pre vocacional. De él recuerdo tres o cuatro datos, que de vez en cuando me vienen a la memoria. Uno de ellos es que de los 30 pibes que éramos en el curso, 6 me habían elegido como alguien no deseado. Un número que siempre me pareció alto. El segundo es que algunos de mis amigos habían contestado que sí a la pregunta de si alguna vez habían pensado en irse de sus casas. Yo no podía creer que un chico de mi edad quisiera irse de su casa. El tercero es que tenía cierta dificultad con la comprensión abstracta. Ay, cómo me jodió eso.

Sin embargo, con los años he ido constatando que sí, que es cierto: lo abstracto se mueve por mi ser con la misma facilidad que un auto empujado por dos tipos debiluchos y con las gomas pinchadas. Si la presencia de lo abstracto se estira en una conversación empiezo a moverme en el sillón, miro para todos lados, contesto con monosílabos. Como mi abuelo cuando le cuento las cosas que se pueden hacer por internet. Es igual. Pero no es por ideología sino porque me aburre.

Todo esto era una explicación para que entendieran una oración aislada que tenía un tono muy afirmativo, casi de enunciación de verdad revelada.
Pero la oración, está más que claro, quedó en el camino.
Se fue . It’s gone. Desapareceu.
Así están las cosas, Ks.