La primera impresión que tuve de Lima, fue que está muy muy cerquita del cielo: en el descenso del avión, apenas atravesamos las nubes apareció la pista de aterrizaje. Saliendo del aeropuerto, camino a la ciudad, comprobé nuevamente esto mismo: las nuebes estaban muy próximas: parecía que Lima tuviera un cielo raso bajo.
El hotel quedaba en Miraflores, que es un barrio coqueto cercano a la costa. Lima se encuetra a unos cientocincuenta metros sobre el nivel del mar; esto, y su cercania a los Andes generá una corriente de aire descendete que llega al mar, y que luego sube por los acantilados y regresa a la ciudad trayendo consigo una niebla densa, que impide que pueda verse el mar desde la costanera. El efecto es extraño: el mar se huele, se escucha, pero no se ve. Todas la mañanas corría las cortinas de la ventana de mi habitación con la esperaza de poder ver el mar; sólo logré verlo la mañana en que partí del hotel.
El único día libre que tuve, lo dediqué a caminar la ciudad, partí del hotel en dirección al centro. Las cuadras son muy largas, de unos cientotreinta metros o más.
El tráfico es imposible, nunca estuve en una ciudad tan caótica como Lima: simplemente podria decirse que no existen las leyes de tránsito básicas, y que todo el mundo marcha apurado. Los embotellamientos son terribles, y el sonar de las bocinas es constante.
La población parece ser en su mayoría descendientes de aborígenes -o para expresarlo en forma políticamente correcta: descendientes directos de los pueblos originarios-. Su español es muy agradable y correcto, y son extremadamente cordiales.
El centro de Lima es caótico, una especie de Once multiplicado por cinco. Los edificios históricos etán muy bien conservados y son testigos de un pasado importante. La comparación con el DF y el Zócalo no puede ser tomada en serio. Aún asi, su plaza central, Catedral, Palacio de Justicia y Municipal, son mucho más impresionantes, por lejos, que los que ofrece Buenos Aires.
Los tipos de negocios que ocupan las calles del centro son tres: zapaterias, casas de lencería femenina, y casas de telas. No hay más que eso.
No vi gente durmiendo en las calles, ni mendigando en los lugares turísticos. Un taxista me dijo que en otras zonas de la ciudad si había indigentes. "Perú está mejor, la gente pobre, no"
Algunos puestos callejeros de comida ofrecen choclos de tamaña y color llamativos, y una bebida local llamada IncaCola, extremadamente dulce y con gusto a chicle. La comida, en general, es excelente. Pocas veces he comido tan bien en un viaje: pescados, mariscos, platos locales, todo, todo, muy fresco y sabroso.
El pisco sour no es mi bebida preferida definitivamente.
En todo Lima (calles, taxis, restaurantes, ec) se escucha música nortemaricana pop de los 80's y 90's. Me resultó algo muy curioso.
La cantidad de casinos es impresionante: hay más de cuarenta sólo en el barrio de Miraflores. Como se imaginarán, probé suerte en el casino de mi hotel, y esta vez la Diosa Fortuna estuvo de mi lado.
No volvería a Lima como turista. Regresaré al Perú, espero, para conocer Machu Pichu, Piura y otros lugares alejados de la capital.
1 comentario:
me dio ganas de conocerlo.
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