miércoles, 6 de julio de 2011

Material para mi próxima sesión de terapia

Ayer soñé una pesadilla. Yo no era yo, sino que parecía más bien el personaje de una tira de Nippur. Estaba en una especie de hotel de campo: un amplio espacio abierto, cercano a un casco moderno en el que disponian numerosas habitaciones. Las paredes eran de ladrillo, y los techos, de tejas.
Era de día y estaba sentado en el cesped, junto a otras personas que no conocía, y entre todos formábamos un círculo. Cada uno, a su turno, decía algo. Cuando llega el momento de dos muejres que esteban justo frente a mi, la primera de ellas dijo que no le gustaba como yo le hablaba. La segunda confirmó en seguida lo que su compañera acababa de decir.
Yo me sorprendo al escuchar eso.
Inmediatamente después, todas las personas se ponen de pie, y el círculo desaparece. El grupo entero comienza a caminar en una misma dirección. Yo intento acercarme a esas dos mujeres para decirles que yo nunca les había hablado mal. Una de ellas me mira con recelo y algo de miedo.
En ese momento se escuchan gritos ahogados, y comienzan a caer tortugas del cielo. Muchas. De repente, todo el cesped está cubierto de tortugas perfectamente alineadas, como si fueran adoquines. Sobre esas tortugas comienzan a apilarse más tortugas.
El grupo se dispersa, gritos y llantos se repiten en todas partes.
Corro hacia el edificio. Todas las puertas de las habitaciones están abiertas. Sé, en ese momento, que todos se están suicidando, veo notas de despedidas pegadas con cinta en las puertas.
Entiendo que los gritos que escucho, son gritos de horror.
—Es el fin del mundo —pienso.
Entonces me despierto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Coño, que sueño inquietante. Che.

Sk

Kco dijo...

los sueños son buenísimos. me encanta ese desafío constante a la lógica...

Anónimo dijo...

michi, el día que festejamos tu cumple en tu casa, les relaté un sueño a orlando y a juli que todavía me da vueltas: una fiesta en una casona grande y antigua. todo estaba bien hasta que nos dimos cuenta que no se podía salir. nunca más. las horas se hicieron días, los días meses y los mese años. muchos años. los invitados, demacrados y con la mirada perdida no hacían mas que dar vueltas sin cesar por toda la casa en busca de una salida. la imagen más común era ver como alguien trataba de salir por la escalera de entrada y volvía a ingresar por la misma escalera. la casa ya parecía un manicomio. yo permanecía lúcido y tratando de buscar una solución para huir. todos ahí sabían que yo estaba en mis cabales. en un momento, una mujer que había sido divina al comienzo de la fiesta pero que ya estaba muy mal, me fija la vista a una distancia de unos diez metros y se acerca rapidamente hacia mi flotando a pocos centímetros del piso con un cuchillo importante en su mano. me lo da y me pide que por favor la libere. me despierto.


a.