Dejo el periódico sobre la mesa vecina, y me dispongo a terminar mi café con leche cuando veo que una niña se acerca a mi mesa. Debe tener ocho o nueve años, viste de forma humilde y lleva un peinado prolijo. Se aproxima cautelosamente, pidiendo permiso con la mirada.
_ Me compra unas curitas, señor?
La miro y rechazo la oferta con una sonrisa.
_ Sepa, señor, que estas curitas son especiales…- dice levantando levemente las cejas al tiempo que apoya la cajita azul sobre la mesa.
Lo afirma con inocencia, y convencida.
Desde la barra, Chiquito observa la escena con algo de desconfianza.
_ Si? Qué tienen de especiales estas curitas? –pregunto divertido.
La niña abre bien los ojos, y levantando sus cejas un poco más, me explica:
_ Son curitas para adentro –dice, y con un dedo señala su pecho- entiende?
Sonrío y asiento.
Le hago una seña a Chiquito, y le pido a la niña que se siente en la mesa de al lado mientras pienso. Tomo la cajita, la abro y se asoman unas cintas de papel.
Chiquito se acerca y deja una taza de café con leche y dos medias lunas en la mesa que ocupa la niña.
Tomo uno de los papelitos y lo saco de la cajita; lleva escrita una leyenda temblorosa en letras manuscritas. Lo leo, y luego lo guardo en mi libreta. La niña sonríe
_ La va a comprar?
_ Sí – respondo- quién las hace?
_ Las escribe mi papá –afirma orgullosa-. Hay para distintas heridas dice siempre él…
_ Ah, que bien
_ El precio es a voluntad…
Tomo un billete y lo dejo sobre su mesa.
Me pongo de pie, le acaricio levemente la cabeza a modo de saludo y comienzo a caminar hacia el baño.
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