jueves, 28 de noviembre de 2013

III

Dejo el periódico sobre la mesa vecina, y me dispongo a terminar mi café con leche cuando veo que una niña se acerca a mi mesa. Debe tener ocho o nueve años, viste de forma humilde y lleva un peinado prolijo. Se aproxima cautelosamente, pidiendo permiso con la mirada.

_ Me compra unas curitas, señor?

La miro y rechazo la oferta con una sonrisa.

_ Sepa, señor, que estas curitas son especiales…- dice levantando levemente las cejas al tiempo que apoya la cajita azul sobre la mesa.

Lo afirma con inocencia, y convencida.

Desde la barra, Chiquito observa la escena con algo de desconfianza.

_ Si? Qué tienen de especiales estas curitas? –pregunto divertido.

La niña abre bien los ojos, y levantando sus cejas un poco más, me explica:

_ Son curitas para adentro –dice, y  con un dedo señala su pecho- entiende?

Sonrío y asiento.

Le hago una seña a Chiquito, y le pido a la niña que se siente en la mesa de al lado mientras pienso. Tomo la cajita, la abro y se asoman unas cintas de papel.

Chiquito se acerca y deja una taza de café con leche y dos medias lunas en la mesa que ocupa la niña.

Tomo uno de los papelitos y lo saco de la cajita; lleva escrita una leyenda temblorosa en letras manuscritas.   Lo leo, y luego lo guardo en mi libreta. La niña sonríe

_ La va a comprar?

_ Sí – respondo-  quién las hace?

_ Las escribe mi papá –afirma orgullosa-. Hay para distintas heridas dice siempre él…

_ Ah, que bien

_ El precio es a voluntad…

Tomo un billete y lo dejo sobre su mesa.

Me pongo de pie, le acaricio levemente la cabeza a modo de saludo y comienzo a caminar hacia el baño.

 

 

 

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