viernes, 6 de septiembre de 2013

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Hace varios años, en un viaje con amigos, llegamos de modo azaroso a un pequeño  hotel en  Rosario. Recuerdo que mientras alguien completaba los trámites del check in, Joaquín y yo comenzamos a conversar con el hijo del dueño del hotel, que era una especie de conserje/botones/camarero. Supongo que estábamos algo ebrios o fumados, o las dos cosas, lo cierto es que no parábamos de reírnos y de hacerle preguntas sobre lugares a dónde ir a cenar esa noche, bares, esas cosas. Le caímos bien, comenzó a contarnos cosas de la ciudad, y en un momento nos señalo un plano de Rosario que colgaba de la pared; nos acercamos y entonces notamos que era un rompecabezas, él apoyó el dedo cerca de una esquina y dijo:

 

_ Estamos acá.

 

Ni Joaquín ni yo le respondimos, pero al mismo tiempo exclamamos:

 

_ Es un rompecabezas! –y comenzamos a reírnos, con la típica carcajada fumeta.

 

El chico se acomodó sobre sus pies y  con cierto orgullo nos dijo que él lo había armado hace algunos años. Luego agregó que esa era su hobby, que le encantaba armar rompecabezas, y a continuación comenzó a señalarnos los distintos rompecabezas que se alineaban a lo largo de un pasillo.

 

_Este es de 500 piezas; este es de 800; este es de 300, pero muy difícil por los colores; este otro es de 2500.

 

Y así. Entonces llegamos al final del pasillo, y nos encontramos con un rompecabezas enorme. Lo miramos al chico algo admirados:

 

_ Este también lo hiciste vos? - preguntó Joaquín – cuántas piezas tiene?

 

_ Ejem, sí, sí, este también lo hice yo. Es el más grande que hice hasta ahora, tiene 15000 piezas. -dijo lleno de satisfacción. Y con Joaquín nos acercamos aún más a la pared para verlo más de cerca, y fue en ese momento que notamos algo extraño, nos inclinamos un poco, y entonces descubrimos algo atroz: cerca del centro, sobre la izquierda y algunos centímetros hacía abajo, faltaba una pieza. El espacio había sido coloreado, camuflado, pero a esa distancia el arreglo no sólo resultaba poco efectivo, sino que parecía tosco y descuidado.

 

Nuestra reacción fue nuevamente simultánea.

 

_ Pero falta una pieza… – le indicó Joaquín. Nuestras caras de desilusión deben haber sido tremendas. El chico ensayó una explicación:

 

_ Sí – dijo con tono de culpa, bajando la mirada- no vino en la caja – agregó-. Me quise matar cuando me di cuenta, pero bueno, al final la pinté yo.

 

Nos miramos con Joaquín y luego callamos.

 

_Pero si lo miras de más lejos no das cuenta! –nos tiró mientras observaba cómo nos íbamos lentamente.

 

Si bien esa noche nos reímos hasta llorar de nuestra reacción, y de la reacción del chico , durante los días que siguieron no logramos superar ese evento, y sólo intercambiamos con el chico algunos saludos ocasionales.

 

He vuelto a esa historia más de una vez en estos años, y siempre termino riéndome.

 

Hoy la recordé porque comencé a escribir algo sobre mi curiosidad, y la asocié con los rompecabezas, y boom, regresé a esa tarde en ese hotel de Rosario, y a esa reacción completamente espontánea que tuvimos al descubrir que al rompecabezas le faltaba un pieza. Alguna vez tuve un deja-vu de esta sensación en algún museo, al ver esqueletos con piezas faltantes.

 

Un rompecabezas al que le falta una pieza no tiene valor.  

 

Con los años he comenzado a creer que no existen los descubrimientos pequeños, que es sólo cuestión de tiempo, son muchas  las piezas  que se necesitan encajar para que el rompecabezas –o una parte al menos- quede resuelto. Hay piezas más fáciles de identificar que otras, es cierto, pero al final son todas necesarias.

 

Alguna vez este tema surgió en  una discusión que tuve en terapia, no recuerdo con qué inquietud llegué ese día, y ella me preguntó para qué quería saber eso, por qué era importante para mí. La pregunta me pareció insólita -especialmente viniendo de una analista y su respuesta muy obvia: porqué no tenía respuesta, y porque no sabía a dónde podría llevarme esa respuesta.

 

Creo que en el fondo nunca se sabe que hay detrás de una pregunta, ni qué es lo que vendrá con la respuesta. Pero preguntar es, de alguna manera, comenzar una aventura. Sí, me gusta eso, las aventuras comienzan con una pregunta.

 

Qué pasa si salto esa pared? A dónde va ese hombre? Qué hay detrás de esa sonrisa?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bueno leerte, Loon.

N

Kco dijo...

hotel avellaneda.

fue una maldad hacerle saber que pese a sus intentos, habíamos descubierto el fraude. intuyo que mientras nos lo mostraba, estaba nervioso preguntándose si lo notaríamos.

sí, lo notamos.

finalmente, preguntándonos cosas llegamos a la luna.