Moira, en cambio, a pesar de ser la que más metida está, parece una mujer común. Yo le doy diez años más que a Claudio. Por eso cuando dijo que él era su esposo no pude evitar pensar: esta vieja es una jodona bárbara o este pibe se buscó alguien que le pague el techo.
Los conocí el miércoles, en una charla que dieron (dio Moira) en su casa. El sábado, que fui por segunda vez, Claudio me esperaba en la puerta. Al verme me dijo: “20.000 años de historia te dan la bienvenida”. Me pareció muy sugestivo, aunque también un poco friki.
Subimos siete pisos por ascensor y antes de entrar a la casa, como la vez anterior, me saqué las zapatillas y entré descalzo. Adentro Moira me esperaba.
Entregué lo que había llevado: las tres manzanas, la tela blanca y las seis flores. Claudio las dispuso sobre una canastita de plata. Completé un cuestionario, elegí dos piedritas y esperé a que Moira me llamara a la salita.
Durante el ritual tuve que reprimir cierta tendencia occidental a desconfiar de todo lo que no es occidental. En sí, todo ritual me genera ajenidad. Quizás es la falta de rituales y de tradición.
Pero cuando llegó el momento de cerrar los ojos y empezar a recitar mi mantra... ahí la cosa cambió. Las sensaciones fueron reales, perceptibles y estuvieron cargadas de la magia propia de toda novedad. Vagué por lugares desconocidos por un tiempo que me es difícil precisar. Cuando se me indicó que abriera los ojos me sentí perdido, como cuando uno se despierta después de una siesta, pero con una gran calma interior.
Así, como quien no quiere la cosa, me inicié en la meditación trascendental.
2 comentarios:
Me encantó.
Debes publicar tus avances. Seguramente me vas a terminar metiendo en eso.
Ic
Bien. Interesante.
Yo la verdad es que también soy bastante desconfiado con el tema rituales, pero bueno, hay gente que los incluye y otra que no. Como el yoga, que tiene versiones más occidentales y otras menos.
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