Estoy en la editorial, son más de las seis de la tarde y no quedó ni el loro. Es raro que yo esté acá pasadas las cinco de la tarde. Más raro todavía después de las seis. Es que hoy tuve firma de contrato con un autor nuevo y entre una cosa y otra se fue a las cinco y media. Los chicos a las cinco se van. Así que quedé solo. Kari no está en casa, viajó a Perú. Por lo tanto también en casa estaría solo. Por eso no tengo un gran apuro en volver.
Hace unos días que vengo añorando tener un poco de humo en casa. Y recordé, oh pequeño vicioso, que en el cajón de mi escritorio hay una pipa con un resto de adobe. Ya ni recuerdo por qué había sido que estaba eso ahí. Pasado. Pero no dudé en cerrar la puerta con llave, apagar las luces de arriba y dejar sólo la luz cálida que ilumina mi escritorio. Puse El clave bien temperado de Bach y eché mano al encendedor.
Es una sensación extraña estar adobado en la oficina donde trabajo y recibo a la gente. Es raro y no lo es, porque hace años, cuando solía estar adobado cotidianamente, de vez en cuando lo hacía acá. Si, hubo una época en la que pasaba muchas, muchas horas acá adentro. No sólo porque tenía mucho trabajo sino porque era un espacio en el que podía estar solo, conmigo.
Me senté, acariciado por las notas de Bach, y vi frente a mí el viejo humidor donde solía haber buenos cigarros. Hace rato que sólo hay baratijas para convidar. Baratijas que se dejan fumar, ojo, no es que sean una basura. Pero he aquí que encontré dos cigarros José Luis Piedra. No sé de quién serán. No va a ser la primera vez que le fumo el cigarro a alguien (qué gay sonó eso). Una vez le fumé a Mr. Burzum un cigarro que había dejado en este humidor para que se humidificara un poco. (Ponen al zorro a cuidar el gallinero, en fin...).
El cigarro estaba seco. Al cortarlo atrás se rompió un poco, pero la habilidad de mis labios logra milagros (buaaaaaaaaaaaaaaa). Hermoso cigarro. Y delicioso. Pienso para mis adentros: tengo que comprar cigarros y abastecer el invierno que se avecina. El invierno es para beber bebidas pesadas y echar humos densos.
Hago un impasse y vuelvo a visitar la pipa. Lo último que queda.
Qué bien se fuma un cigarro en plena adorabilidad. Oh, Ks, Ks... Lo único que me falta es un cognac (un "coñaquito", como diría don josé).
No sé si es que suelo convertir en hogar los lugares que habito o es que suelo sentir que son mi hogar. La editorial la siento mi hogar (aclarando que para mí la palabra "hogar" es una palabra que remite muchas cosas, no sólo una, con lo cual puedo sentir hogar a mi actual departamento, a la editorial, a la habitación que dejé en Austria, y a la habitación que alguna vez habité en Martínez).
La editorial es tan casa mía como todas las demás. Y siento por ella algo parecido a lo que sentí por mis bandas de música anteriores. Me gusta crear productos y, salvando las distancias, siento cosas en común como cuando creaba una canción o una melodía. Por supuesto que hay un elemento humano que tiene la música y que carecen los productos que creo. Pero hay otra cosa que sí tienen en común y es el ejercicio de la capacidad creadora de uno, a partir de una idea o de lo que sea; es hacer algo de la nada o darle forma a un material para que adquiera una existencia propia.
Quizás me fui al carajo. Pero quizás eso es lo que hace que sienta mi hogar a este lugar y que ame mis productos. Mis productos tienen mucho de mi personalidad.
Cómo necesitamos los adultos seguir jugando...
Este Bach me suelta la lengua.
4 comentarios:
Che, me he metido dentro del post. Hay que ver que poder de convocatoria tiene el humo.
Sk
Una reflexión muy pero que muy felina. Leo representa exactamente eso, la expresión del yo a través de la creación. De ahí viene toda la fama ególatra del signo.
Sk
Muy buen post!
Lo que decís al final es una gran verdad.
Expresar el yo en lo que se hace es una necesidad humana básica.
Ese yo se puede expresar en una canción, en un libro o en una comida.
Lo que sea.
El punto es darse cuenta de cuáles son esas cosas en donde se expresa de la mejor manera posible.
Y también está bueno poder descubrir y percibir la impronta de los demás.
Se expresa el yo y se genera un impacto en el exterior. Quizás porque eso que se hizo está lo suficientemente bien hecho como para tener una muy buena energía que no puede menos que percibirse.
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