Viernes, 13 hs, me encuentro con mi amigo Juan a almorzar en Brighton. Es un excompañero del banco, Ayudín, para alguno que sabe de quién hablo. Una de esas personas que uno encuentra tarde en la vida como para hacerse amigo íntimo, y la relación se basa entonces en el cariño recíproco y la diversión.
Juan es habitué del lugar, y entonces se encarga del pedido: pescados, mariscos, vino y burbujas.
Charlamos de fútbol, de cómo van nuestras cosas, levemente de trabajo, de amigos en común. Pedimos otra botella, comenzamos a llamar a esos amigos en común, nuestras risas llaman la atención del resto, no nos importa, la casa nos invita una botella de champán, la tomamos enterita; pasaron dos horas, pedimos la cuenta, y caminamos hacia la salida esquivando mesas y camareros.
Es claro que estoy ebrio.
Por precaución, he cerrado la puerta de mi oficina: cualquiera que se me acercara sentiría el olor a alcohol.
Me llaman de Brazil y siento la lengua suelta, me dan ganas de largar mi portuñol. Me contengo, digo cualquier cosa y corto.
Afuera hay un cielo despejado y una tarde hermosa.
Me siento espléndido.
Calculo que en una hora el pedo me habrpa abandonada.
Pero quién me quita este mediodía?!!!
