La cita era a las siete, él lo recuerda bien.
_ Listo entonces, mañana a las siete, -dijo ella antes de cortar la comunicación y de que él sintiera que lo único que había importado de esa charla había sido, para ella, el horario del encuentro.
El mozo se acerca al hombre que lo mira, al mozo, y duda entre ordenar o esperar unos minutos más a que ella llegue. La duda se refleja en el gesto ambiguo del hombre, en una respuesta trunca, que el mozo no logra interpretar.
_ Un café, traigame un café -dice el hombre, aclarando de una vez la situación. El mozo se aleja, y el hombre se dice, entonces, que está bien, que diez minutos de espera son suficientes, que tiene derecho a ordenar un café. Sin embargo, el hombre se siente incómodo, sabe que hubiese sido mejor esperar unos minutos más, haberle dicho al mozo:
_ Gracias, estoy esperando a alguien -y luego dirigir su mirada hacia el frente sin dar más explicaciones. Pero no, el hombre siente que le ganaron los nervios, que no se animó a mandar al mozo de vuelta a la barra con las manos vacias, y que de algun modo, por motivos que desconoce, había decidido comenzar el encuentro sin ella presente.
Es en el mismo instante en el que el hombre decide consultar, nuevamente, la hora en la pantalla de su celular, que recibe un mensaje de texto de ella. Son las siete y veinte. El mensaje dice que ella no irá a la cita. También dice que no quiere verlo nunca más. El hombre lee el mensaje, lo borra, y luego apoya el teléfono sobre la mesa. Levanta el pocillo del plato, mira el interior negro y humeante, y antes de darle un sorbo, entiende, el hombre, que si no hubiera pedido el café, ella hubiese ido a la cita.